Cuando se habla de dar tránsito a un abandonado, a menudo escucho de personas que aman profundamente a los animales, decir que nunca podrían hacerlo. La razón es muy sencilla: No podrían despedirse cuando el rescatado partiera a su hogar definitivo.
De hecho, eso es exactamente lo primero que me planteé cuando decidí convertirme en uno.
Cada perrito que tuve en tránsito, fueron lágrimas de despedida. Cada uno. Hasta me parecía que los traicionaba cuando permitía que los separaran de nuestra familia, porque infería que ésta era su familia también. Me parecía que me miraban pensando en eso.
El estrés es fenomenal. Los extraño, los busco, los necesito a mi lado. El día de la adopción siempre es un día feo. Me pongo frente al TV mirando nada, escuchando nada. Porque lo que quiero es pensar nada. Y además no lo tengo que demostrar porque sino, mi familia va a concluir que más que bien, ésto me hace mal. Y adios tránsitos.
De hecho hoy mismo se frustró la adopción de Esperanza...y yo me puse feliz!
Yo los amo profundamente desde el primer momento en que los veo. Los amo. Contacto con ellos con una intimidad profunda que compartimos mientras está a mi cuidado. Una intimidad irrepetible. Y los hago míos con una facilidad que te impresionaría. Los hago míos. "Ya nada malo te puede pasar, ni ahora ni nunca. Porque te tengo conmigo". Y después otro se los lleva.
Día a día me levanto para encontrar esa mirada, que me espera junto a la escalera. Día a día, sonrío al verlo. Llegan los saludos, las colas que se mueven, los cariños de todo tipo; y se inicia una rutina agradable, dulce, plena. Y día a día extraño esa mirada cuando ya se fué. Y mi cocina está vacía mientras desayuno. Y mis manos están frías. Es lo mas horrible que se te pueda ocurrir.
Vuelvo a arrancar con otro tránsito mientras la lista de la melancolía se engrosa cada vez más. Y cuando ya los agujeritos de mi corazón se van cerrando...aparece un hogar definitivo. Un nuevo pensionista que parte.
Yo, como vos, también tengo mis propios perros. Hoy son tres. Mas mis dos gatos. ¿Si eso ayuda? No. No ayuda. Aunque tengas 10 perros propios. No ayuda. Sentís que se va tu propio perro, independientemente de los propios verdaderos que tengas. No te consuela. No te calma. Para que te quede claro: cuando se va un perrito en tránsito, no tenés consuelo.
Además, ¿Quién te asegura que va a estar bien?. ¿Lo cuidarán como vos? ¿ Se darán cuenta que el pan le cae mal? ¿Que le gusta sentarse a tu lado en el sillón por las noches apoyando su cabecita en tu regazo? ¿ Se lo permitirán? ¿ Se asegurarán que no pase frío por las noches? ¿ Le cambiarán el agua cada día? ¿ Se acordarán que llegó el día de su vacuna? ¿ Comprenderán que no le gusta estar solo mucho tiempo? ¿ Cuidarán que no se escape y se pierda, en medio de la nada?.....
Todo mal. Todo feo. Todo triste. Todo angustiante.
Hasta que ves la foto de un perrito maltratado, en medio del abandono. Hasta que ves una caja de cartón llena de cachorritos desnutridos. Hasta que ves a esa hembra, amamantando debajo de un puente peligroso. Hasta que ves costillas. Daño. Hambre. Miedo. Sarna. Tristeza infinita en una mirada sin esperanzas. Enfermedad. Quebraduras. Desconfianza. Golpes. Discapacidad. Soledad absoluta.
Cuando ves todas estas cosas te decís: Si yo tengo un lugarcito tibio, si yo tengo tiempo para dedicarle, si yo tengo amor para darle...¿Tengo acaso derecho a negárselo para evitarme la tristeza? ¿ Es mi dolor más importante que su vida que se va diluyendo en medio de la indiferencia y la desidia?
Mi tránsito ha salvado a muy pocos de la muerte y el abandono. Los cuento con los dedos de la mano. Pero sabés qué. Ese pequeño puñado de perrucos, se salvaron y hoy tienen bellísimos hogares para siempre. Entonces, lo que yo doy, que es mi dolor, se los doy a ellos. Y a través de ellos, se los doy a la Vida. La Vida que me ha bendecido con una hermosa familia, una linda casa, unos hijos sanos y buenos, un marido que me sigue las locuras, amigos que me apoyan, amigos que me comprenden. Esa es mi manera de honrar a la Vida. Aunque sólo los cuente con los dedos de mi mano.
Decía Teresa de Calcuta: Dar hasta que duela y cuando duela dar todavía más. Y duele. Es entonces cuando redoblo la apuesta y abro las puertas de mi hogar para un nuevo en apuros. Y empiezo de cero, invariablemente. Porque siento que mi dolor es nada al lado de esas fotos de verdadero sufrimiento. De esos hocicos tristes, de esas miradas sin futuro. Cuando mi pensionista se va, sus ojos brillan como su piel. Están rellenitos y rozagantes. Mueven su cola a cualquiera porque han vuelto a creer en los humanos. Saben dar besos. Están educados como señoritos felices.
Y sí...Me miran con esa carucha...Como diciendo ¿Por qué me abandonás?
O tal vez, como diciendo...¡Gracias!
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Es hermoso
ResponderEliminarme hizo llorar. comparto todo.