sábado, 12 de enero de 2013

Mucho Ruido y Pocas Nueces

Cuando David iba a segundo año, varias mamás de sus compañeritos me comentaron que sus niños le tenían miedo a la Señorita Sandra. Quedé sorprendida: La Seño Sandra era la preferida de David. No me llevó mucho tiempo descubrir el misterio, el mismo para ambas situaciones: Sandra era medio gritona.

Yo básicamente, soy gritona. Lo que atemorizaba a los otros pequeños, para David era cosa de todos los días. De hecho fué una de las maestras que mas recuerdo de la infancia de mi hijo mayor pues ella le detectó un problemilla de disgrafía justo a tiempo y se empeñó en darle tareas adicionales y específicas para ayudarle con su letra.

Los años han pasado, David es ya un hombre, pero su madre sigue gritona como el primer día. Mucho ruido y pocas nueces. Eso lo comprendieron mis hijos desde el primer momento y por ello han convivido con mis decibeles al máximo sin mayores problemas.

Tengo una amiga, Vanesa, una muchacha muy jóven y muy hermosa que, sagitariana como yo, al parecer comparte otro rasgo, es otra gritona. Hace un tiempo adoptó una cachorra y en pocas semanas desistió porque  la pequeña le destrozaba todo, le hacía líos por doquier, y por mas que ella se empeñara, no le obedecía en nada.

Cuando alguien llega a casa y atiendo la puerta, la rutina siempre es la misma. Primero pido disculpas y unos segundos para "meter las perras" y recién ahí puedo abrir. Se trata de mas de una razón. Mis chicas son unas anfitrionas bárbaras que aman las visitas y no se pierden un segundo en saltar alegres para saludar al recien llegado. Patas limpias, patas sucias, ellas saltan y no dejan de saludar al visitante a medida que camina hacia la entrada de casa. 

El otro problema es que se escapan con el mismo entusiasmo y eso implica para mi, una correteada de mas de una cuadra, a grito pelado, para que Naky y Bijou se alejen cada vez mas frente a mis piernas cansadas e impotentes. Casi siempre regreso sin aire y con el poco que me queda pego el grito: Por favor ! Que se escaparon las perras!!!!!

Sale alguno de mis hijos, las localiza, las llama perentoriamente y las entra a casa. Primero las señoritas después el caballero que invariablemente me fulmina con la mirada como diciendo: "No tenés nada de autoridad". Es decir, mucho ruido y pocas nueces.

Cocina Concurrida
Mi esposo Angel no grita, salvo cuando habla por celular. Tiene un tono de voz suave, agradable al oído. Cuando limpia el auto en la vereda, podés ver a las perras muy sentaditas en la puerta abierta, sin siquiera moverse. Si se alejaran dos metros, una palabra de Angel alcanza para que entren otra vez a casa sin chistar. A pesar de la excitación cuando llega de trabajar, lo esperan pacientemente mientras entra el auto a la cochera con la reja abierta de par en par. Baja, cierra la reja y recién ahí, los saludos están autorizados. Por carácter transitivo, Pulgarcito y Tai Pei hacen exactamente lo mismo.

Cuando se portan mal y les levanto la voz, simplemente recibo una mirada que dice: Por qué será que gritás tanto?. Y prosiguen con su actividad como quien ha tenido una pequeña interrupción que no significa nada. Angel  es quien pone los límites, da las órdenes y dictamina las penitencias. Yo ando detrás de él con el "Son unas criaturas de Dios..." "Mirá como se asustó, no te da pena"..."Pobrecita, cuánto lleva en el baño...". Angel no cede. Tan tranquilo sigue su ruta sin que se le mueva un pelo. 

Lo extraordinario es ver a propias y ajenos reaccionar a su llamado. Se activan en un segundo, estén donde estén, y acuden compitiendo por quien llega a propinarle el primer lengüetazo. Las colas se sacuden sin cesar, las miradas brillan, todo es excitación de felicidad. Y si Angel dice: ¡ Pancita!, las que saben hacerla se dan vuelta en un santiamén y los que no saben, ahí nomas imitan y logran su pancita para papá.
Pendientes

Angel se toma su tiempo antes de ir a su trabajo. Se levanta muy temprano para iniciar su rutina. La parte importante es el desayuno. Él y sus gatos y perros compartiendo ese momento. Todos lo están esperando en la cocina. Angel con su café con leche, ellos con su primer porción de alimento del día. Luego, unas galletitas de salvado de premio por ser bichos tan preciosos y obedientes, que se sientan en fila esperando ordenadamente su turno.

Mi amiga Vanesa no supo tener autoridad, pero yo la comprendo porque me debato en la misma incapacidad. Y no es tan fácil iniciarte en el liderazgo de la manada cuando tenés 56 años. Te da fiaca. Te gusta consentir y bueno, que otro ponga un poco de orden, después de todo.

Angel es el líder indiscutido, logra el respeto y el amor al mismo tiempo. Mis hijos son iguales a su padre, gracias a Dios. También son iguales a los animalitos:  me miran silenciosamente cuando me pongo chillona.

Sin embargo por algún motivo, hay un momento solo mío. Es cuando se enferman o simplemente no se sienten bien. Y es cuando me hacen sentir como la Pachamama. En ese periodo de tiempo, me pertenecen.

Sus ojos mirándome lánguidos y tristones, sus colitas que se mueven con esfuerzo cuando les hablo o los acaricio, pendientes de mis movimientos, temerosos de perderme de vista. No alcanzo a comprender el motivo pero invariablemente ocurre así.  Puede ser que no sean momentos de aprendizaje o disciplina sino de mimos y de una mano que trae el alivio. De una mirada preocupada pero que solo intercambie ternura. De palabras dulces.  De pocas palabras.

Puede ser también, que en esas circunstancias, yo siempre bajo la voz.


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